La magia de mamá para hacerme una niña feliz
Mamá… diciéndome a los 3 años que tres Reyes Magos vendrían en sus camellos hasta mi casa para traerme unos regalos que sin sentido alguno había pedido.
Mamá… siempre inventándose historias para que me comiera toda la comida. Y contándome que un ratoncito de apellido Pérez me dejaría un regalo debajo de mi almohada a cambio de cada uno de mis dientes. Como si ese de verdad fuera un trueque justo.
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Mamá cada noche dándome doscientas y una razones para convencerme de que tengo que ir a dormir sola en mi cama. Aún sabiendo que yo era capaz de darle solamente doscientas dos para quedarme. Porque yo no temía al coco, ni al hombre del saco que se llevaba a los niños que se portaban mal, o por lo menos eso le intentaba hacer creer.
Mamá enseñándome desde pequeña la importancia de creer hasta en lo imposible
Mamá encima de mi desde que nací. Pendiente de cada uno de mis pasos.
Y yo enfadada con mamá porque no me daba la libertad de vivir por mí misma. Al final me ha llevado toda la vida entender que mamá solo quería que conservara mi inocencia.Que aprendiera con educación, con valores y respeto. Y que no tuviese ninguna prisa por crecer.
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Mamá quería dejarme volar cuando fuera necesario. Porque ella sabía que llegaría el día en el que yo necesitaría de ella. Y la volví a necesitar una y mil veces más… todos los días de mi vida. Porque a mis 24 años, mamá luego de haberme prestado su cuerpo entero para que llorara por todos y cada uno de mis desengaños, no me pintó reyes ni princesas, simplemente… Me dijo la verdad.
Triste le conté que me había vuelto a enamorar, pero que necesitaba que me prometiera que esta vez no me iba a doler, porque si de pequeña me protegía de los monstruos de debajo de mi cama, ahora me tenía que proteger de esto. Pero mi mamá, muerta de miedo, me miró con sus ojos llorosos y me dijo que eso no lo podía hacer, a cambio me aseguraba volver a llorar conmigo si algo volvía a salir mal.
Porque mamá lo que siempre había querido era que viviera mi vida con mis propias dificultades y baches.
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Porque me enseño que soy yo la que debe aprender a levantarse tantas veces me caiga. Y mientras, ella se tumbará conmigo hasta que yo encuentre las fuerzas para levantarme y hacerlo. Ojalá y mamá no me hubiese tenido que soltar nunca.
Esa es la magia de mama.
Ellas no necesitan venir de Oriente con magia, ni traer regalos, ni ser reinas… aunque si, reinas si, pero de nuestras propias casas.
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